Matías Etulain, El libro de la muerte


 

Matías Etulain
El libro de la muerte
Necronomicón
Voira Stefanovsky


El secretario le entregó el sol de noche y el libro al joven. Luego estrecharon sus manos, cada una con aquella marca particular en la muñeca, y se miraron con firmeza a los ojos. No hubo un adiós ni un hasta luego. El joven se adentró en el túnel y el secretario, iluminando el camino contrario con el encendedor, salió del sótano lúgubre y húmedo. Al llegar a la super?cie, escuchó el andar arremetedor y alborotado de las botas y las personas que iban y venían dando gritos. Con
desesperación y un sigilo quirúrgico, cerró la tapa del sótano y apiló varias cajas encima para disimular la entrada. El patio del edi?cio se encontraba colmado de militares vestidos de verde y gran cantidad de policías; profesores, alumnos y todo aquel que por allí pasaba había quedado detenido, con el rostro contra la pared. El secretario intentó escapar con cautela, atravesando los pasillos casi en puntas de pie, hasta que un golpe sorpresivo lo interceptó y una mano lo agarró
con fuerza del cuello. Sintió, aturdido, cómo lo golpeaban en las costillas. También pudo sentir, en medio del dolor, cómo sus huesos rotos se astillaban en el interior de su cuerpo. Unos bastones largos anunciaban la llegada de la oscuridad. 




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