Maximiliano Fiquepron, Morir en las grandes pestes
Maximiliano Fiquepron
Morir en las grandes pestes
las epidemias de cólera y fiebre amarilla en la Buenos Aires del siglo XIX
Siglo XXI
En
enero de 1871 aparecieron algunos casos de fiebre amarilla en los
barrios de San Telmo y Concepción. Las medidas preventivas y de
aislamiento fallaron, y la enfermedad se diseminó rápidamente por toda
la ciudad. A diferencia del cólera unos años antes, esta epidemia
parecía no tener fin. Entre enero y abril hubo más de 13.000 víctimas,
con picos de 500 muertes diarias en Semana Santa. ¿Cómo reaccionó la
sociedad frente a la crisis? ¿Cómo actuaron las autoridades? ¿Qué cosas
cambiaron para siempre desde entonces?
Morir en las grandes
pestes nos sumerge en esa Buenos Aires colapsada. Maximiliano Fiquepron
articula un relato extremadamente vívido de los acontecimientos que
pusieron en suspenso la vida cotidiana. Como las guerras o las
revoluciones –nos dice–, las epidemias revelan mucho sobre las
relaciones de clase y las prioridades del arte de gobernar. Lejos de
impactar a todos por igual, la fiebre amarilla expuso que un tercio de
la población, en general artesanos o trabajadores poco calificados,
vivía en inquilinatos con servicios sanitarios deficientes, que se
convirtieron en focos de infección. La elevadísima cantidad de muertos
pobres e indigentes confirmaba desigualdades en materia de vivienda y
alimentación. Médicos e higienistas, pero también periodistas,
funcionarios, curanderos y charlatanes disputaban por el sentido y la
contención correcta de la crisis, en tanto que la policía e incluso los
presos debieron gestionar los entierros cuando los encargados de hacerlo
caían enfermos.
El autor examina también cómo se impuso una
memoria de la epidemia que invisibilizó el accionar estatal y exaltó las
prácticas autogestivas de algunos vecinos. A contrapelo de esta
versión, Fiquepron reconstruye cómo las comisiones parroquiales de
higiene que trabajaban en la detección y asistencia lo hacían en
estrecha articulación con la Municipalidad, y cómo fueron
institucionalizándose en ese marco, al tiempo que el Estado promovía
leyes en materia de salud y avanzaba en la creación y control de
cementerios.
Al contar la historia de la epidemia pero también la
historia de cómo fue narrada, este libro aporta una mirada novedosa
sobre un acontecimiento icónico del siglo XIX, que significó un antes y
un después no solo por el sufrimiento social que causó sino por las
políticas sanitarias que debieron implementarse y cuyo legado llega
hasta hoy.
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